Me he preguntado tantas veces a lo largo de este tiempo cuanto dolor puedo aguantar, cuando me voy hartar, cuando va ser suficiente, cuando me voy a romper; por fin, porque me urge ponerme a vivir, porque el dolor es demasiado, nunca creí ser tan tolerante al dolor. Nunca creí ser tan duro, tardar tanto en desmoronarme, hacerme agua, fluir.
Me duele todo lo que no he dicho, me duele todo lo que he guardado, cajones llenos de dibujos, por menores, sueños, cuadernos atascados de ideas, escritos en mi computadora que escupen letras, me duele el silencio.
Me enseñaste a guardarme creyendo que es bueno ser elitista con el arte, que no compartirlo lo hace más valioso, único, que el misterio hace bien, un secreto. Pero guardar lo que me permite respirar es ahogarme y es que cada vez que inhalo, miro. Cada vez que inhalo, escucho, guardo. Y cada vez que exhalo sale algo como esto.
Claro que me estoy muriendo llevo meses sin exhalar, me estoy intoxicando de mí mismo, de mi propio aliento por no soltar el aire. Y no cabe más, ya llegue al límite, ya es incontenible. Mírame abrir la boca, mírame gritarte, me rompiste, me dijiste que no me dolerías o eso quise escuchar, todo valdría la pena porque no nos perderíamos; pero hace mucho que no te encuentro y cuando te veo no te reconozco.
Soy lo que ya no soy, un vacío, sin vida. No estoy sentado esperando un veredicto fatal, estaba sentado esperándote a ti, a que vinieras a decirme que todo fue una pesadilla, que donde duele en realidad nunca dolió.
Y pasan los meses y yo me voy muriendo y tú no vienes, porque no quieres ver de verdad como me dejaste y no te importo, pasa el tiempo y yo sigo aquí, sigo, incondicional, como prometí a una idea, ideal, fantástica.
Y hoy me rompí y grite, ya no a ti sino a mí. Y mi voz llamo al amor. Y el amor me vino a rescatar.